Me quedé flotando en el agua panza arriba. Sentí la caricia azul, el ingrávido enviado del cielo. Miré las nubes y su inútil intento de arrastrar el celeste impávido. Las arrugas en los dedos fueron el tiempo. Cada surco ahondado de mis huellas digitales representó un día. Cada dedo una semana, quizás. El contraste entre el calor amarillo en mi panza y el frío acuoso de la espalda fueron la conciencia de mi persona. La mojada cadencia a mis costados me mostró el movimiento. Los dedos se me arrugaron cada vez más, el nivel del agua subió cada vez más, salada de tantas lágrimas y tantos mocos y orines.
Me cansaron las arrugas de los dedos, me harté de sentir tiempo, cadencias, mi propia persona. Me levanté y se hizo noche. Pisé y era barro, no lo dudo y sonó un te dije que mejor, que para qué si total no hacíamos nada y mirá ahora. Ya no más bóveda celeste en los ojos, oscuridad nada más. Me agarró mucho miedo, corrí y me golpeé. Sangre caliente se me metía en los ojos. Sentí otros pasos, otras corridas. Frené. Aún barro. Sentí que había alguien más y hablé. Me contestó un grito de horror y nuevas corridas, me dejé llevar y corrí otra vez. El tiempo transcurría en forma de viento en mi cara, de nuevas irregularidades en el barro, de nuevos golpes y sangre caliente. De cansancio en las piernas. Notaba el movimiento y mi propio cuerpo en el terrible avanzar sin descanso. Uno de los pies no pudo adelantársele al otro y el barro en la cara mezclado con la sangre y otra vez las lágrimas, el no poder detenerse, avanzar a gatas. Algo blando que se movía a toda velocidad me golpeó y un grito desesperado distinto del que vomitaba mi garganta. Ya ni a gatas, arrastrarse, pero no detenerse. Buscando el agua salada, los dedos arrugados. El estanque neural, escape de la conciencia. Y del bicho que no anda tanto como dicen. Pero barro y moretones. Levantarse aguantar el dolor y correr de nuevo. Desenfreno. Golpes. Gritos. Barro. Cortezas ásperas. Más barro. Vacío. Caída-splash.
De nuevo panza arriba. Voy a estar curado cuando ella vuelva, quizás.
viernes, 22 de febrero de 2008
domingo, 20 de enero de 2008
Desperté y no estabas. No me sorprendió, creo que ya lo sabía. Pero un mordisco en pleno estómago me hizo retorcer. Ahogué el grito y me levanté con ojos apagados. Así son las mañanas.
Me acuesto sintiendo tu calor a mi lado. Basta con girarme para romper la ilusión. Dolor abdominal, sequía en los pulmones. Apretar los párpados y esperar –y esperar y esperar- la dulce inconciencia, la tierra flexible de los sueños. Así son las noches.
Un descanso en pleno día, actividades poco profundas, el puente entre mi mañana y mi noche. El tiempo muerto en el que la herida abierta comienza a cerrarse, solo para que duela un poco más cuando vuelva a abrirse. Así son las tardes.
La tierra flexible de los sueños es mi paraíso. Nos movemos entre colores, epilépticos o con suaves meneos. Las distancias no son, caminamos por llanos de tiempo, le robamos a la física las muletas y nos reímos de ella. Entramos en bodegas tétricas, pero llenas de bebidas espirituosas. Y pronto danzamos y lo tétrico es sólo triste y lejano. Ah, si supieras lo que no reímos. Nos reímos de nuestra levedad o pesantez, de Milan Kundera y sus teorías pretenciosas, de nuestros pies y de aquel que por allá pasaba. Y somos tan felices. Y los besos saben a risas. Pero no nos abrazamos, no hace falta, más cerca no podemos estar. Caminamos campos de ciruelas, organizamos fiestas con amigos y desconocidos, nos embriagamos con frutas y nos alejamos de todo (todos se alejan cuando es conveniente). Y hacer el amor es algo más allá de nuestros cuerpos, más allá de la realidad irreal del sueño, entrelazar espíritus, mi ser volcado entero al tuyo.
Por eso es tan difícil que llegue el sueño y el despertar es tan duro y muerde el estómago.
domingo, 13 de enero de 2008
Con la fuerza de mi yo pequeño abolir rebeliones de enenos que me golpean los pulmones, saltan en mi estómago. Vuelven visceral dolores y entuertos sentimentales. Regar los jardines ya marchitos, manteniéndome fresco y que el perfume floral alivie el peso de las noches en vela, las mañanas de asfixia.
Yo doblemente yo atacar con furia al maldito bicho que anda y no anda y se burla el muy. Ir con los dientes afilados y perder la batalla como todos. Pero yo doblemente yo aguantar que ande y ande y pase. Sin cortar los hilos que forman el entramado aún a la distancia.
Sentir la brisa fresca embebida en nubes que combate y echa este calor. Despeja modorras y ojos enfermos. Respirar la brisa blanca y darle una lluvia de sol a los enanos para que ahora bailen. Recorrer de a poco la brecha de mi pecho. Sentir como va cerrándose detrás de mi. Ser yo solamente yo. Con vos.
lunes, 31 de diciembre de 2007
A saber: ovillarse, enroscarse, empequeñecer. Para que el cuerpo no sea impedimento y no sólo las intenciones entren en esa valija. Valija odiada y deseada de a ratos de igual forma. Y te dije ya tantas veces que sí, que no, que sí de nuevo pero mejor no porque al fin y al cabo. Vos entendés, pero es difícil escuchar palabras lógicas cuando pesan tanto los ojos, las manos, los labios. Reptamos de a poco hacia algo que escapa de alguna manera a nosotros. A vos y a mí. Sí, también es algo estúpido decir que escapa, es sólo una fecha, un límite de tiempo. Que quizá marque un antes y un después. De eso te olvidás. Y te consuelo y me consolás, soy tu sostén pero tan frágil, tan. Tanto que sos mi sostén de a ratos.
Me decís que un distanciamiento físico no es más que eso. Después te lo digo a vos. Es un juego cruel. Más cuando sabemos que no es sólo eso. Hay que dejar a un lado las miradas blandas, expresiones idiotas y hermosas, palabras repetidas que dicen siempre algo nuevo. Hay que olvidar esa espontaneidad y soltura, atarse a lo frío de los medios humanos, de la imagen aplastada.
Creo haber logrado por primera vez que lo inconmensurable entre en un poco de lengua-paladar-saliva-aliento. En un mate caliente. En manos tibias y lenguas lentas. Pero tuviste poco oído, esta vez. Y mala circulación. Y resulta que el mate te gusta más bien frío. Supongo el tiempo remedia esas cosas y si no. Mejor ni pensarlo, total si hablamos de tiempo es que falta.
“Your lips are delicious”, acabo de escuchar. Y con esta frase, que de casualidad es en inglés (¿de casualidad?) vino otra frase, dirigida a mí de forma más directa, que cambió el panorama. Una pregunta sin intenciones, una respuesta despreocupada con una mentira blanca entrelazada, question mark. Y la respuesta inesperada, o mejor, esperada y sorpresiva. Que alimenta. ¿Qué alimenta? Una esperanza de pies chiquitos y mojados, que camina de a poco para no resbalarse. Pero está en una cornisa, pobrecita. Por algo es esperanza, no certeza. No se cae aún, pero tampoco avanza. Y tiene los pies tan chiquitos y tan mojados que el vacío termina siendo su único camino.
De nuevo frente al mismo dilema y no hay manera de entrar en esa valija, che. Que el tiempo pasa rápido, que nos hablamos, que la distancia no es con una pantalla que ayude. Son muy anchas las raíces que me agarran a esta tierra (gran verdad que no tiene el menor peso en este momento). Pero cualquier excusa sirve, muestra un camino nuevo que justifica. Las distintas ocupaciones que evitan el tedio retrospectivo son también motivo esperanzador y un posible acelerador temporal. Pero tan inconsistentes, que esta vez, “la inconsistencia desaparece con el hábito”, parece una frase sin sentido.
Entramos en un retorno cíclico que sólo lleva a la resignación, al particular cansancio físico que siente el perro luego de perseguirse la cola por un buen rato.
Entonces me encomiendo al después. A la vuelta. Te figuro jazmín entre brisas amarillas, brote verde con promesa de flor. Pero imposible no temer presagiosas hojas secas, abril gris y marrón. Una florecita ahorcada entre tus dedos o los míos. Polen seco que gotea.
Ayer te ensopé de lágrimas y mocos, te acaricié con aliento caliente y manos mojadas. Me disloqué el alma hasta tocar la tuya. Hoy nos dijimos adiós.
miércoles, 26 de diciembre de 2007
La inmiscusión terrupta (Julio Cortázar)
Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.
- ¡Asquerosa! - brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, peron adie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
- ¡Payahás, payahás! - crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.
- ¿Te das cuenta? —sinterruge la señora Fifa.
- ¡El muy cornaputo! —vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas